La
Iglesia en oración
por
la vida consagrada
¡Ven,
Espíritu Creador, con tu multiforme gracia
ilumina,
vivifica y santifica a tu Iglesia!
Unida
en alabanza te da gracias
por
el don de la Vida Consagrada, otorgado y confirmado
en
la novedad de los carismas a lo largo de los siglos.
Guiados
por tu luz y arraigados en el bautismo,
hombres
y mujeres, atentos a tus signos en la historia,
han
enriquecido la Iglesia,
viviendo
el Evangelio mediante el seguimiento de Cristo
casto
y pobre, obediente, orante y misionero.
¡Ven
Espíritu Santo, amor eterno del Padre y del Hijo!
Te
pedimos que renueves
la
fidelidad de los consagrados.
Vivan
la primacía de Dios en las vicisitudes humanas,
la
comunión y el servicio entre las gentes,
la
santidad en el espíritu de las bienaventuranzas.
¡Ven,
Espíritu Paráclito, fortaleza y consolación de tu pueblo!
Infunde
en ellos la bienaventuranza de los pobres
para
que caminen por la vía del Reino.
Dales
un corazón capaz de consolar
para
secar las lágrimas de los últimos.
Enséñales
la fuerza de la mansedumbre
para
que resplandezca en ellos el Señorío de Cristo.
Enciende
en ellos la profecía evangélica
para
abrir sendas de solidaridad
y
saciar la sed de justicia.
Derrama
en sus corazones tu misericordia
para
que sean ministros de perdón y de ternura.
Revístelos
de tu paz
para
que puedan narrar, en las encrucijadas del mundo,
la
bienaventuranza de los hijos de Dios.
Fortalece
sus corazones en las adversidades
y
en las tribulaciones,
se
alegren en la esperanza del Reino futuro.
Asocia
a la victoria del Cordero a los que por Cristo
y
por el Evangelio están marcados con el sello del martirio.
Que
la Iglesia, en estos hijos e hijas suyos,
pueda
reconocer la pureza del Evangelio
y
el gozo del anuncio que salva.
Que
María, Virgen hecha Iglesia,
la
primera discípula y misionera
nos
acompañe en este camino.
Amén.
Oración
de los consagrados
y
consagradas
Dios
de Abrahán, de Isaac y de Jacob,
Padre
de nuestro Señor Jesucristo y Padre nuestro,
acoge
la oración que te presentamos.
Mira
con bondad nuestros deseos
y
ayúdanos a vivir con pasión el don de la vocación.
Tú,
Padre,
que
en tu proyecto gratuito de amor
nos
llamas, en la estabilidad o en la itinerancia,
a
buscar tu rostro en el Espíritu,
haz
que seamos memoria tuya:
sea
fuente de vida en la soledad y en la fraternidad,
y
podamos ser, en nuestro tiempo,
reflejo
de tu amor.
Cristo,
Hijo de Dios vivo,
que
caminabas por nuestras calles
casto,
pobre y obediente,
compañero
nuestro en el silencio y en la escucha,
mantén
en nosotros la pertenencia filial
como fuente de amor.
Haz
que vivamos el Evangelio del encuentro:
ayúdanos
a humanizar la tierra y a crear fraternidad,
llevando
las fatigas de quien está cansado
y
no busca más,
la
alegría de quien espera, de quien busca,
de
quien custodia signos de esperanza.
Espíritu
Santo, Fuego que ardes,
ilumina
nuestro camino en la Iglesia y en el mundo.
Danos
el coraje del anuncio del Evangelio
y
la alegría del servicio en la cotidianidad de los días.
Abre
nuestro espíritu a la contemplación de la belleza.
Custodia
en nosotros la gratitud
y la admiración por la creación,
haz
que reconozcamos las maravillas
que
tú realizas en todo viviente.
María,
Madre del Verbo,
vela
sobre nuestra vida de hombres y mujeres consagrados,
para
que la alegría que recibimos de la Palabra
llene
nuestra existencia, y tu invitación
a
hacer lo que el Maestro dice (cf. Jn 2, 5)
nos
encuentre activos intérpretes en el anuncio del Reino.
Amén.